Mis afirmaciones están basadas en la parábola del hijo pródigo, ¿Castigó el Padre al hijo menor? ¿Estaba Dios enfadado con él? ¡Todo lo contrario! Y acerca del hijo mayor, ¿Le sirvió su obediencia de algo cuando ni siquiera quiso compartir la alegría que su Padre sentía cuando el hijo menor regresa a su casa? El Padre tuvo que salir para invitar a su hijo tan obediente a entrar en casa . . . Según podemos ver, nuestro pecado NO sorprende a Dios, NO le afecta a Dios, el pecado nos afecta a nosotros de una forma negativa y destructiva, pero NO le afecta a Dios, ni le toma por sorpresa, Dios sabía ayer que iba a pecar hoy, tampoco nuestra obediencia parcial le sorprende a Dios y digo parcial porque si vivimos nuestras vidas basados en nuestra obediencia, nunca conseguiremos obedecer a Dios en todo y siempre será una obediencia parcial.
¿Cómo agradamos a Dios? Agradamos a Dios cuando creemos en él. Nuestra fe agrada a Dios. Cuando confiamos en Jesús y nuestra vida es Él, entonces estamos haciendo la Obra de Dios:
“Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.”
Juan 6:28 y 29
Si yo le digo a mi hijo que limpie su habitación y lo hace, a mí no me está agradando porque lo único que hizo fue lo que se le pidió, además yo ni siquiera entró en su habitación, pero si yo estoy leyendo un libro y mi hijo se acerca y me abraza y me dice que me quiere, entonces mi hijo SÍ me está agradando, pero esto NO es obediencia, esto es RELACIÓN y es precisamente lo que Dios quiere tener con cada uno de nosotros: una RELACIÓN basada en la confianza y en al amor.
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